En 1800, disminuidos los vientos del terror, en la capilla del convento de Poitiers, en una noche fría de Navidad, pronunciaban sus votos los fundadores. Nacía y se echaba a andar la Congregación de los Sagrados Corazones. Esto ocurría en tiempos en que se perseguía a los sacerdotes que no comulgaban con la Constitución Civil del Clero y que, por lo tanto, desconocían la autoridad de la iglesia nacional francesa y preferían serles fieles a Roma.
Las diferentes ideas y visiones del padre Coudrin hicieron que se sintiera escogido por Dios entre miles; se sintió amado por Él, luego, se sintió llamado a fundar una comunidad misionera, algo así como una llamarada de celo, que llevara el Evangelio a todas partes, sin límites de fronteras. Por su parte, Henriette Aymer de la Chevaleríe, había circulado años anteriores en los ambientes de alta sociedad de la ciudad. Sufrió persecuciones junto a su madre y fue encarcelada; recibe un mensaje de servicio a Dios. Busca un guía y lo encuentra en el hermano Coudrin, ahora llamado José María, a quien toma como confesor. En 1825 la evangelización fue desde el primer momento una de sus tareas. Así partieron el 31 de enero de 1834 hacia el Atlántico y en el Pacífico a la Polinesia Francesa.
Por azar o justicia divina, algunos de estos sacerdotes establecieron casas de la Congregación en Chile y luego procederían a fundar diversos colegios.
En 1848, el Padre Dourmer obtiene la autorización necesaria para establecer en Santiago un establecimiento educacional similar al establecido en Valparaíso en 1837, juntamente con la adquisición de un terreno situado en la Alameda de Las Delicias con el Callejón de Padura, en “las afueras” del Santiago de ese entonces, que pertenecía a Rosario Albano de Montt. En Febrero de 1849, el nuevo Colegio de los Sagrados Corazones, más conocido como de los “Padres Franceses”, abre sus puertas a un reducido número de alumnos, todos en calidad de internos y pertenecientes a una acomodada elite santiaguina. Es designado como Rector el Padre Vicente Duboize. Si bien las estructuras del nuevo Colegio son estrechas y antiguas, la educación impartida se ve favorecida con una nueva pedagogía, al estilo de la enseñanza europea y en particular de la francesa.